Carta escrita por la madre del militar fallecido. Rosa Bilbao
“Sábado, no uno cualquiera, mi aniversario de bodas 30 años de casada. ¿Feliz? Pues sí, porque para mí el significado de felicidad era saber que mis hijos estuvieran bien, en el sentido de salud y trabajo, claro… mi esposo me acababa de dar un regalo. La única espinita es que no hacia ni 24 horas que a nuestro hijo Juan Antonio, que era militar, lo acababan de destinar a Zaragoza. (Nota: Debido a la crisis las Fuerzas Armadas endurecieron las condiciones de vida de los militares de tropa ejerciendo especial presión sobre enfermos, embarazadas, padres y madres, etc. Todo valía -y vale- para reducir el número de militares de tropa lo máximo posible y han conseguido rebajar en más de 10.000 los militares de tropa en cinco años…).
Fue muy duro puesto que llevabamos 3 años luchando con una antipatica enfermedad de las llamadas raras: una narcolepsia. Esta enfermedad lo tenia muy agobiado y limitado en muchas cosas. Lo que nos parecia raro es que habiendo pedido destino cerca de casa (vivía en Cádiz y le destinaron a Zaragoza) pues la medicación tenia que tomarla de noche y en casa y siempre vigilado por una persona, por lo cual no podía dormir solo.
Nos sorprendió mucho la decisión del Ejército, pero mi hijo nos decía “¡eso lo hacen para putear mamá! pero conmigo no van a poder”.
Pues aunque parezca mentira sí pudieron con él, esa misma mañana del 26 recibimos una llamada de teléfono que lo cogió mi marido. De pronto lo ví encogido de dolor sin poder hablar, con el teléfono en la mano, pensé que le estaba dando un infarto, me asusté bastante y le preguntaba “¿qué te ocurre?, ¿qué te ocurre?”, una y otra vez sin recibir respuesta, le quité el teléfono de las manos y pregunté “¡¿quién es, quién es?!”.
“Señora, su hijo es el soldado Juan Antonio Rosa Bilbao?”.
“Si (contesté), ¿ha ocurrido algo?”.
“Su hijo nos lo hemos encontrado muerto en su camareta…”.
No puedo ni escribir cuál fué mi reacción, gritaba “oh, no, no, no, no… Usted se ha equivocado, no puede ser…”
Me fallaron las fuerzas y caí al suelo a la vez que pensaba que eso no podía estar pasando, revoleé el teléfono y solo gritaba “no, no, mi niño no, mi niño no”.
Mi marido intento tranquilizarme a la vez que yo tenia que tranquilizarlo a él, había un cliente en el negocio que no daba crédito a lo que estaba pasando. El coronel nos llamó una y otra vez para tranquilizarnos por teléfono (no se dignaron ni a mandar a alguien para comunicárnoslo en persona, ¡qué inhumanos!).
Ya un poco más tranquilos nos daba intrucciónes para lo que teníamos que hacer, porque estábamos en Cádiz y mi hijo en Zaragoza.
¡Dios mío!, ¿cómo le decíamos a nuestros hijos lo de su hermano?, ¿cómo hacíamos para evitarles tanto dolor?
Menos mál que mi hijo, el pequeño, en esos momentos se encontraba en casa de su hermana, por lo menos la noticia la recibieron juntos, en esos momentos era como si una caja de cristales estuvieran en mi pecho y por cada latido de mi corazón se me clavaba unos cuantos…
¿Cómo se lo contaba a mi madre ? ¡Dios mío! ¿qué has hecho con nosotros? No creo que ningún padre tenga el derecho de pasar por esto.
Día muy largo hasta que llegamos, la noche más larga aún.
Domingo 27 a esperar que le hicieran la autopsia para podérnoslo traer para Cádiz, nos quedaba otro duro día de vuelta y una noche de angustias.
A partir de este día ya nada ha vuelto a ser lo mismo, ni en casa, ni en nuestras vidas, el día a día es super complicado, mi hijo (el pequeño) ya no es el mismo… Se pregunta una y otra vez qué le han hecho a su hermano. Compartían cuarto, confidencias, porque su soldadíto y él eran uña y carne.
Mi hija era su segunda madre, tampoco lograba comprender lo que estaba pasando, “¿por qué nos lo han quitado mamá?…” y qué le contesto si no tengo ni voz.
Jamas volveré a ver a mi niño, ni lavar esos petates de ropa que me traía los viernes y tenia que tener lista para el Domingo, ni a decirle jamás que deje de fumar y tomar tanta coca cola. Como disimulas el dolor ante tus hijos, tu marido y tu familia y decirles que estás bien cuando estás destrozada, cómo se te quitan las ganas de cuidarte, de vivir, de respirar… Cómo disimulas cada vez que hueles el perfume de él en otros chavales, cada vez que ves a tu otro hijo con su ropa y con muchísimos gestos igual que su hermano, todo, todo te huele y recuerda a él.
Nuestras vidas jamás volverán a ser lo que eran.
Solo espero que si hay un responsable en todo esto ,que algún día pague por ello.”
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